Del señor Laurel y el señor Hardy

Todo aquel que me conoce sabe de mi admiración por la llamada comedia clásica, o edad de oro de la comedia, y cuantas acepciones se le quieran poner. Mis artículos en Wikipedia sobre Laurel y Hardy (El gordo y el flaco) o Roscoe Arbukle dan fe de ello. Siempre he mantenido que hacer reir es mucho más dificil que hacer llorar, y es triste ver como nadie ya recuerda a grandes cómicos como Ben Turpin, Harry Langdon, Al Shean o al propio Arbuckle. Pero viendo las recaudaciones de infamias como Date Movie, tampoco puedo reprocharselo mucho a la gente.
Pero no vengo a hablar hoy de actores cómicos, sino de una caracteristica que definió a muchas de aquellas glorias de la época silente y principios del sonoro: la búsqueda de un personaje, su creación, su evolución, y finalmente el ansia de agarrarse a esos personajes y no volver a desprenderse de ellos, que acaban por convertirse en figuras icónicas y reconocibles, incluso legendarias. Ejemplos de ello lo tenemos en Harold Lloyd y sus diferentes tipologías de urbanita poco integrado, o en la sempiterna cara de piedra de Buster Keaton. Tenemos el caso de Chaplin hasta que se reinventó a sí mismo en Monsieur Verdoux, (Monsieur Verdoux, 1947) para acabar matando al payaso en el peripatético final de la deplorable Candilejas (Limelight, 1952). Pero los ejemplos más representativos serían sin duda los de los Hermanos Marx y la pareja Laurel y Hardy. Actores que se aferraron a sus personajes, completamente definidos y estudiados, a lo largo de casi toda su carrera. Se conocen las reticencias de Groucho a intepretar a su bigotudo personaje durante sus últimos trabajos con sus hermanos, y fruto de ello tenemos sus escarceos en películas como Copacabana (Copacabana, 1947). ¿Hubieran podido estos actores adquirir otros registros y seguir triunfando? ¿Tenían quizás alguna opción?. El público, soberano, los quería así y no de otra manera. Y la estabilidad económica de los propios actores no siempre invitaba al cambio. Es un hecho que estos personajes los convirtieron en iconos del siglo XX, pero también lastró a los menos acomodados. Para Chico Marx u Oliver Hardy, eso estaba bién; para Groucho Marx o Stan Laurel no era suficiente. Dada mi poca capacidad de síntesis, es justo ahora cuando llego al tema del que quería tratar: la preponderancia del icono, la pervivencia de una imagen que nos ha llegado a la actualidad, una imagen reconocible, con la que asociamos a estos actores por encima de cualquier otra. Si mostramos una fotografía de Laurel y Hardy, cualquiera los reconocerá, aunque no hayan visto ni una sola película de la pareja. Pero, ¿cuantos a Groucho sin su eterno bigote pintado, o a Harpo sin su peluca?. Estamos acostumbrados a ver envejecer a los actores en pantalla, pero no a estos. Sus sempiternas caricaturas los convierten en figuras eternamente jovenes, inmutables. Logicamente hay diferencias entre el Groucho de Los Cuatro Cocos (The Cocoanuts, 1929) y el Groucho de la innombrable (Love Happy, 1950), y los estragos de la edad son claros en Robinsones Atómicos (Atoll K/Utopia, 1951) de Laurel y Hardy. Pero son los mismos personajes, comportandose de la misma manera, y la sensación del paso del tiempo se atenúa; los queremos siempre así, que no envejezcan. Y por ello cuando envejecen, nos dejan una sensación más triste, casi de estupor; no estamos acostumbrados a ello. Evidentemente esto no se refiere a sus contemporaneos, aquellos que disfrutaron de You Bet your Life. Se refiere a los que hemos crecido con sus películas, a los que no conocemos otra forma de ver sus caras, a aquellos que solo reconocemos la cara del payaso, pero no al actor tras la máscara. Por eso resulta tan duro verlos en sus ultimos días, ya que solo vemos extraños. No identificamos en ellos a los entrañables histriones que tanto nos han hecho reir. Solo vemos a Julius Henry Marx o a Stanley Jefferson, y esos no son amigos nuestros.
Es por todo este largo y aburrido discurso por lo que me resulta ciertamente triste ver el vídeo que traigo a continuación. Se trata de una grabación casera en casa de Oliver Hardy, realizada en 1956, pocos meses antes de la muerte del propio Oliver. Podemos ver a un Stan notablemente envejecido, pero reconocible, y la imagen sobrecogedora de un Oliver Hardy totalmente irreconocible debido a su extrema delgadez (fruto de un severo régimen que posiblemente aceleró, paradojicamente, su cercano final). Son ellos, pero al mismo tiempo no lo son. Pero son cómicos, y a pesar de que solo veamos dos figuras marchitas, siguen teniendo esa aura en los ojos y en los gestos que permiten que veamos a nuestros viejos amigos. Aunque solo sea por un instante. Sirva como tributo para el señor Laurel y el señor Hardy, mucho más grandes y, sobretodo, graciosos que lo la inmensa mayoría del público cree.

1 respuestas:

koper dijo...

juer ke entrada mas genial!