La muerte
a las 12:45 a. m.El atardecer estaba llegando. Caía suavemente sobre aquel gris día de un otoño cualquiera. Una figura gris, no importa quién, había dejado de caminar. Estaba allí parado, sin moverse, mientras una lejana brisa removía su escasa ropa y se contoneaba por sus ralos cabellos, produciendo extraños dibujos en su frente. Sus ojos, ya grises y vacíos, apenas tenían expresión alguna, estaban casi muertos, se estaban cerrando para no abrirse mas. Había vivido mucho, muchísimo, demasiado tiempo. Nació con el crepúsculo, y con él iba a morir. Cuando la Luna, su madrina, le viera por última vez, se iría, comenzaría el Gran Viaje hacia el mundo de nadie, donde estaban todos. Se iría sin hacer ruido, sin gloria, sin esperanza. Pero se iría con la Tristeza, esa dama azul que siempre le ha acompañado, rodeándole, amándole y despreciándole, pero siempre cerca, atenta y celosa, desde el amanecer de su vida.
Pero aún no había llegado el momento. El lucero aún no reinaba en el cielo y los pocos retazos de vida que le quedaban seguían allí. Aún no había emprendido el camino hacia el mundo eterno, hacia el mágico reino del olvido y de las sombras sin nombre.(continuará algun dia)
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