El niño que quería volar

¿Habeis volado alguna vez? Y no me refiero a volar en avión o en sueños. No, mis queridos niños y niñas, me refiero a volar de verdad, como los pájaros, como el viento. Sentirse libre. Surcar los mares y los océanos, los bosques y las ciudades. Desayunar por las mañanas en la torre Eiffel y por la tare ver la puesta de sol desde alguna playa caribeña. Pensáis que es imposible, ¿verdad?. Los humanos no pueden volar, sus huesos pesan demasiado. Pero yo, mis queridos niños y niñas, conocí a un niño que quería volar, y quizás lo consiguiera, y quizás no. ¿Quereis escuchar su historia?. No es muy larga, tampoco muy alegre, pero os enseñará, mis niños y niñas, a ver el cielo de otra manera...
Érase una vez un pequeño niño, llamemosle D, que vivía en una cueva bajo tierra. No es que no tuviera una casa o una familia, es que le gustaba vivir en la cueva. Allí tenía su pequeño rincón, su pequeño mundo, con sus libros y sus juguetes, sus dibujos y sus mapas. Pero sobretodo estaba la oscuridad. La oscuridad le reconfortaba, le tranquilizaba. Si quería leer o dibujar encendía una vela, pero la mayor parte del tiempo lo pasaba a oscuras. No le gustaba la luz. Tampoco los espejos, odiaba mirarse en ellos, mirar su propio reflejo. Seguramente porque se odiaba a sí mismo.
Os preguntareis como un pequeño niño podía vivir en una cueva solo. Bueno, quizás ya no era tan pequeño, aunque seguía siendo un niño. ¿Y su familia?. De vez en cuando salía para comer y para demostrar a su padre que estaba vivo. Nada había allá arriba que le agradara demasiado. ¿y su mamá?. Oh, mis niños y niñas, su mamá ya no estaba. Se fue. Y ya no volvió jamás. Las últimas palabras de D a su mamá fueron: Te quiero mamá y le dió un beso. Cuando volvió su mamá ya no estaba. Simplemente se había ido. Sin despedirse. Adiós. D estuvo siete días y siete noches llorando. tantas lágrimas derramó que formó un gran agujero en el suelo. Aquel agujero sería su cueva, su nueva casa. Allí abajo pensaría en su mamá, estaría solo y nadie volvería a hacerle daño.
Pasaron los años, uno detrás de otro. Pasaban tan rápido que se le escapaban de las manos. El muchacho creció, pero seguía siendo un niño. Un niño asustado y triste, pero se había acostumbrado a ello. Se hacía daño a sí mismo, pero mejor que salir al exterior. Le daba miedo la luz, la gente, el exterior era un sufrimiento continuo. La soledad era un dolor al que se había acostumbrado.
Un día alguien llamó a su puerta. No sin temor abrió un poco y un inmenso rayo de luz le cegó los ojos. Era un ángel, un luminoso y hermoso ángel. Sonriendo con sus hermosos ojos azules le alargó la mano y le dijo: Coge mi mano niño, y ven conmigo, que yo cuidaré de ti. Y el niño le cogió la mano y le siguió, sin pensárselo. Aquel ángel cuidaría de él, porque aquel ángel le quería y había ido a buscarle. Y entonces volaron. Volaron muy alto. Tan rápido que el mundo desaparecía bajo sus pies. El tiempo se volvió eterno. Y el niño aprendió a reir, a reir de verdad. sus carcajadas resonaron por todo el mundo. Reian mientras jugaban con las nubes, cuando hacian carreras con los pájaros, cuando se besaban sentados encima de la Luna. El niño era feliz por primera vez en su vida, ya no había dolor, ya no había lágrimas. Su ángel nunca lo abandonaría.
Pero no, mis queridos niños y niñas, los angeles también pueden ser traicioneros. Y entonces sucedió. Un día el niño despertó y llamó a su ángel, pero ésta no contestó. La buscó por todas partes pero no estaba, se había ido. Entonces descubrió una pequeña nota en el suelo, la abrió y leyó: Mi querido niño, te quiero, pero eres demasiado triste y estás demasiado asustado, yo soy una criatura libre y tu necesitas estar todo el tiempo pegado a mis alas. Pesas demasiado. Otros niños me necesitan. Mejor no nos volvamos a ver nunca. Adiós.
El crujido de su corazón al romperse en mil pedazos le destrozó. Dejó caer lentamente la nota al suelo. Una ráfaga de aire se llevó el pequeño trozo de papel y desapareció en la oscuridad.
El niño cerró los ojos. Se sentó en el suelo para no levantarse más. Y empezó a llorar. Lloró sin parar durante días y días. La cueva empezó a inundarse, todas sus cosas se mojaron y se perdieron, pero ya no importaba. Entonces la corriente se lo llevó. Lo arrastró por cuevas y ríos, de un lado para otro. Ahí empezó su pesadilla. El mar lo llevó por lugares oscuros, golpeandose contra las rocas, recibiendo el agua en la cara como bofetadas. De vez en cuando oía el llanto de algun niño o las risas de los malvados que le escupían en la cara. Pero él no abría los ojos, no quería oir nada, el mundo no existía si no lo veía. Y no quería nada del mundo. Una vez, en alta mar, sintió unos golpecitos en la cabeza. Abrió los ojos y vió una pequeña gaviota con una nota en el pico. Era de su ángel, le preguntaba como se encontraba, si estaba bien. Arrugó la nota y la tiró al agua. La pequeña gaviota se posó en su hombro, esperando una respuesta, pero en vez de eso le retorció el cuello y se la comió. Vinieron muchas mas gaviotas con la misma nota y todas acabaron igual. Hasta que un día dejaron de venir. Su ángel se había cansado de escribir y el niño, el niño triste y cobarde, volvió a llorar.
El mar se había parado, todo estaba en calma. Había un silencio sobrecogedor. El niño abrió los ojos y miró, Estaba en otra cueva, una cueva muy grande, llena de agua y piedras. Pero no estaba oscura, había una pequeña luz mas adelante. Era un bonita luz que salía de una grieta en la piedra, y caminó hasta ella. La cruzó y salió al exterior. La luz le hizo daño en los ojos pero cuando se habituó pudo abrirlos, y miró a su alrededor. Estaba sobre un acantilado. Bajo sus pies las fuertes olas chocaban contra las rocas muchos metros más abajo. Ante él se extendía un inmenso y hermoso cielo azul, sin nubes. Una ligera brisa le acarició en la cara y cerró los ojos, sintiendo el suave viento en su húmedo rostro. Se sintió bien por un segundo. Entonces quiso volver a volar, quiso volver a acariciar las nubes y a saltar entre ellas. Quiso sentirse libre. Estaba muy cansado, quería descansar, descansar para siempre. Pero no podía volar, estaba solo. Si saltaba caería al vacío, nadie le cogería de la mano. Aunque tampoco era mala idea. Saltar y caer.Acabar con todo. Dejar de sufrir.
Se quedó allí, al pie del acantilado, mirando al cielo día y noche, pensando si era mejor saltar y caer o volar hasta el infinito.
Mis queridos niños y niñas, aquí acaba nuestra historia. Os preguntareis que pasó al final. Si el niño saltó o si consiguió volar. La última vez que pasé por allí el niño ya no estaba. ¿Cayó muerto y se lo llevó el mar?. ¿O está volando con el viento?. Yo no lo sé. Quizás nadie lo sepa. Pero una vieja leyenda cuenta que vino una pequeña figura de ojos oscuros, desde una isla lejana, y se lo llevó, muy lejos. Lo apartó de las sombras y le enseñó a reir otra vez. Yo no sé si esta criatura existió, posiblemente solo se la encuentra una vez en la vida. Quizás el niño la encontró y volvió a ser feliz. Y quizás tambien ella tenga su propia historia. Pero ya la contaremos en otra ocasión porque ahora, mis queridos niños y niñas, es hora de dormir.
Buenas Noches.
Dani (desde mi nube)

2 respuestas:

Anónimo dijo...

Melancólia, puedo encontrar en el fondo de esta historia, me parece que es ese niño que todos llevamos, y que sobrevive bajo la piel de cada uno, ese niño en la búsqueda de algo o de alguien, ese sueño, o, ese objetivo de volar, que alcanzado o no, siempre será anhelado... Precioso cuento D, que diga, Dani, me gustó, es bello como tú mismo y tus sentimientos, te quiero mucho.

Besos.

Anónimo dijo...

Wow...

Simplemente eso, Dani.

Saludos~!